Yo tenía unos 12 años el día que mi mamá no pudo asistir a sus clases de culinaria, y decidió enviarme a mí en su lugar. Cuando llegué a la escuela, me sorprendió hallarme en medio de un nutrido grupo de señoras mayores.
La receta de ese día eran unos fríjoles diferentes, con tocineta y panela, unos que me harían famosa tiempo después. A la instructora le quedaron deliciosos, y cuando llevé la “pruebita” a la casa de mi mamá, ella me dijo: “los vas a hacer mañana para ver cuánto aprendiste”.
Creo que no dormí estudiando la lección, repasando que hubiera copiado bien la receta y que tuviéramos todos los ingredientes. El reto era grande, replicar lo hecho en clase a la perfección.
Al otro día hice los fríjoles, tal cual me enseñaron. Después de escurrir los granos, puestos en agua desde la noche anterior, se ponen a cocinar en agua limpia, se agrega pasta de tomate, un cubo de caldo de gallina, y cuando estén bien cocidos, se ponen a calar con mostaza, cebolla sofrita en la grasa de la tocineta, y una cucharada de panela. Al servir se acompañan con arepa, chicharrón, hogao y aguacate.
Desde ese día a todos les encantan y, como ya había anticipado, desde ese día soy la frijolera de la casa, esos fríjoles de infancia se convirtieron en mi especialidad, “los famosos de la tía Marta”.
“Soy la frijolera de la casa, esos fríjoles de infancia se convirtieron en mi especialidad”